Tienen
las postales una especie de halo mágico que las hace ser siempre inesperadas.
Incluso aunque estés esperando con inquietud su llegada, es el día que menos
piensas en ellas cuando aparecen en el buzón.
Y,
desde hace años, tienen también una capacidad evocadora de otros tiempos. De
tiempos en que los buzones eran un depósito de ilusión inabarcable. Las
postales que hoy recibes parecen haber viajado más en el tiempo que en el
espacio y no puedes evitar la sospecha de que fueran enviadas hace quince años.
Así,
recibir hoy en día una postal, es algo entre anacrónico y romántico, entre
extravagante y selecto. Y también mágico y también evocador. Por eso, hay que
enviar postales. Porque despiertan recuerdos y esos recuerdos suelen traer de
la mano sonrisas y felicidad. Porque no nos sobran motivos para sonreír ni para
ser felices, enviar una postal es como devolver una estrella de mar al océano.